Hace poco un amigo me lo hizo notar que a los uruguayos nos encanta decir que los argentinos son más parecidos a los italianos y nosotros a los españoles. Esto es una gran mentira, el que ha estado en España lo sabe. Una de las pocas costumbres que aún conservamos de la Madre Patria es nuestro gusto por la siesta, y esto no es mucho decir, ya que España ha sido siempre el principal exportador de siestas del mundo.
Somos una triste mezcla de lo peor de los italianos y los portugueses, (si, los portugueses) que con su paso por la Banda Oriental dejaron una huella imborrable en nuestra personalidad.
Piénsenlo un momento: de los tanos heredamos lo atrevidos y maleducados, y de los portugueses lo oscuros, depresivos y tristes. Siempre pensamos que estamos sumidos en la mediocridad por fuerzas ajenas a nosotros, que nos merecemos algo mejor pero que nuestro fatal destino nos impide llegar a ello. Pensamos que un día va a llegar esa mano mágica y nos va a sacar de esta vida miserable, vamos a tener un mejor trabajo con una mejor paga, una mejor pareja, mejores amigos, un mejor auto, una mejor casa, etc, etc…
Y hago un paréntesis para contarles un ejemplo de nuestro uruguayismo (esto le va a encantar al Sr. S). El otro día en la cola de una mutualista había una señora con bastante pinta digamos de… yegua, muy impaciente porque no la atendían. Siendo que a pocas luces se notaba que era beneficiaria del nefasto sistema de salud de nuestro querido gobierno (no podía dejar de mencionarlo) y que poco antes debió haber pasado muchas más penurias y esperas en salud pública, no pude comprender su malhumor. La empleada ya sobrepasada por la cantidad de gente que debía atender, le pidió un momento de paciencia y se retiró a hacer otra cosa, a lo que esta señora murmuró “yegua” en voz baja. No se si fue un insulto o le estaba diciendo su nombre para que la buscara en la computadora. En fin, continúo.
A veces pensamos que la única solución a nuestra desgraciada vida es irnos del país, y cuando lo logramos vemos que nuestros sueños se hacen realidad. Puede ser cierto que este país no nos deje crecer y haya pocas oportunidades, pero la mayoría de las veces terminamos trabajando como negros haciendo de peones en la construcción, gondoleros (y no precisamente en Venecia), pintores (sin haber tocado en nuestra vida una brocha) y otros oficios que jamás hubiéramos pensado hacer acá en Uruguay. Pero bueno, tenemos auto y celular nuevo, seguiremos siendo los mismos mediocres que acá, pero con un plasma y Home Theater en nuestro apartamento rentado a un negro gordo y maleducado, de 30 metros cuadrados a mil dólares por mes, que si no pagamos en fecha cuando llegamos del trabajo tenemos las valijas en la calle (y andá a quejarte a Marina Arismendi).
Charlando con este mismo amigo me decía, que ya hace unos ciento cuarenta años el Señor Francisco Piria escribía un libro sobre nuestra forma de ser, lo que demuestra que no hay nada nuevo bajo el sol. Ese libro se titula “Impresiones de un viajero en un país de llorones”.
Nota al pie: Y para el que piense que acá no se hace plata de pintor, carpintero o sanitario, trate de conseguir uno y que le haga un trabajo a tiempo… “disculpe jefe, ya se que se lo prometí para hoy, pero estoy tapado de laburo, vio”
Somos una triste mezcla de lo peor de los italianos y los portugueses, (si, los portugueses) que con su paso por la Banda Oriental dejaron una huella imborrable en nuestra personalidad.
Piénsenlo un momento: de los tanos heredamos lo atrevidos y maleducados, y de los portugueses lo oscuros, depresivos y tristes. Siempre pensamos que estamos sumidos en la mediocridad por fuerzas ajenas a nosotros, que nos merecemos algo mejor pero que nuestro fatal destino nos impide llegar a ello. Pensamos que un día va a llegar esa mano mágica y nos va a sacar de esta vida miserable, vamos a tener un mejor trabajo con una mejor paga, una mejor pareja, mejores amigos, un mejor auto, una mejor casa, etc, etc…
Y hago un paréntesis para contarles un ejemplo de nuestro uruguayismo (esto le va a encantar al Sr. S). El otro día en la cola de una mutualista había una señora con bastante pinta digamos de… yegua, muy impaciente porque no la atendían. Siendo que a pocas luces se notaba que era beneficiaria del nefasto sistema de salud de nuestro querido gobierno (no podía dejar de mencionarlo) y que poco antes debió haber pasado muchas más penurias y esperas en salud pública, no pude comprender su malhumor. La empleada ya sobrepasada por la cantidad de gente que debía atender, le pidió un momento de paciencia y se retiró a hacer otra cosa, a lo que esta señora murmuró “yegua” en voz baja. No se si fue un insulto o le estaba diciendo su nombre para que la buscara en la computadora. En fin, continúo.
A veces pensamos que la única solución a nuestra desgraciada vida es irnos del país, y cuando lo logramos vemos que nuestros sueños se hacen realidad. Puede ser cierto que este país no nos deje crecer y haya pocas oportunidades, pero la mayoría de las veces terminamos trabajando como negros haciendo de peones en la construcción, gondoleros (y no precisamente en Venecia), pintores (sin haber tocado en nuestra vida una brocha) y otros oficios que jamás hubiéramos pensado hacer acá en Uruguay. Pero bueno, tenemos auto y celular nuevo, seguiremos siendo los mismos mediocres que acá, pero con un plasma y Home Theater en nuestro apartamento rentado a un negro gordo y maleducado, de 30 metros cuadrados a mil dólares por mes, que si no pagamos en fecha cuando llegamos del trabajo tenemos las valijas en la calle (y andá a quejarte a Marina Arismendi).
Charlando con este mismo amigo me decía, que ya hace unos ciento cuarenta años el Señor Francisco Piria escribía un libro sobre nuestra forma de ser, lo que demuestra que no hay nada nuevo bajo el sol. Ese libro se titula “Impresiones de un viajero en un país de llorones”.
Nota al pie: Y para el que piense que acá no se hace plata de pintor, carpintero o sanitario, trate de conseguir uno y que le haga un trabajo a tiempo… “disculpe jefe, ya se que se lo prometí para hoy, pero estoy tapado de laburo, vio”
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